Un forcallano en los Andes: el Padre Javier Obón Molinos
Pese a su modesto tamaño, Forcall ha sido cuna de emprendedores ambiciosos y ciudadanos con impacto global. En 1609 Blay Berga fundó el Convento de Dominicos en Forcall, diseñado para alojar un colegio seminario de Gramática, Filosofía y Teología.
En 1611 el Padre Baltasar Fort, llega a ser Vicario Provincial de la Orden de los Dominicos en Japón y en Filipinas y funda la Universidad de Santo Tomás de Manila .
En 1943, en una familia de pequeños comerciantes, nace en Forcall el Padre Javier Obón Molinos. En 1993, siguiendo su vocación de sacerdote misionero, viaja a Ayacucho, Perú. Hasta su muerte en 2016 sirvió a los menos favorecidos en sesenta comunidades rurales vecinas a su parroquia de Santa Rosa de Ayacucho que habían sido devastadas por el terrorismo rural.
Promueve la creación de dos comedores para 600 niños y funda dos escuelas de capacitación vocacional para adultos
El Padre Javier descendía de antepasados curtidos en el trabajo. Sus ancestros hay que buscarlos en las antiguas masías del Maestrazgo de Castellón y de Teruel: el Mas de Farinetes en Morella; el Mas dels Frares o de Liborio en Forcall, donde se encuentran los restos de una antigua ciudad romana; y el Mas del Huergo en Las Planas de Castellote. Gente de campo, labradores, aunque los padres regentaron un comercio en el pueblo natal, Forcall. Con una profunda valoración del trabajo y la familia.
Era el cuarto de siete hermanos que abrazó, al igual que otro de ellos, Joaquín, el ministerio sacerdotal. Su sentido de la vocación y del trabajo lo llevó hasta el extremo para anunciar el Evangelio a los hombres. Como dijo el Obispo de la diócesis de Tortosa, Monseñor Enrique Benavent, con emotivas palabras durante la Misa funeral en Forcall : “Fué un trabajador del Evangelio”.
Infatigable, quemó su vida y su salud en Ayacucho, donde quiso quedarse entre unas gentes que le querían bien. Allí descansan sus restos y su alma gozará entre los elegidos del Señor. Estaba hecho de la misma madera que los santos. Confió siempre en Dios para llevar adelante sus empresas y esparció su semilla, como buen sembrador, en los campos a los que Él le envió. En un terreno duro, que cultivó con amor y esfuerzo para que diera frutos. Gentes sencillas, con una religiosidad primaria y, en muchos casos, alejada del Evangelio. Les animó a formar familias cristianas y procuró cubrir sus necesidades mas básicas de alimentación, trabajo, salud y educación. Pero, sobre todo, cultivó los valores religiosos. Animó a la juventud a seguir a Cristo: en el Seminario; en las parroquias; en el trabajo. Y dio buenos frutos.
Con gran naturalidad y una personalidad arrolladora, hacía fácil lo difícil. Emprendía empresas justas que parecían desproporcionadas a sus fuerzas y dejaba a Dios hacer el resto. No se arredraba. Siempre encontró personas a su alrededor que le siguieron en su empeño, y dedicó la inteligencia a conseguir los recursos necesarios.
En los sitios por los que pasó, quedó una estela de bondad imborrable. Poco preocupado por si mismo y mucho por los demás. Su hacienda y su trabajo, los destinó a cubrir las necesidades de los otros y, la Divina Providencia no le abandonó. Siempre dedicado a las parroquias que regentó; a las comunidades religiosas; al seminario; a la juventud; a las familias y a personas de toda condición. En la Misión ayacuchana, promovió: comedores para los niños, en los que se proporcionaba también lo necesario para la educación escolar; centros de formación profesional; el uso de herramientas para el trabajo; la atención primaria a la salud. Gentes incondicionales le ayudaron a levantar, a construir y a mantener sus proyectos. Cartas a España, a las instituciones, siempre pulsando resortes aquí y allá.
Supo incardinarse fácilmente en la forma de ser del pueblo ayacuchano y se dedicó por entero a la misión evangélica. Le preguntamos en cierta ocasión si había visitado el Machu Picho, una de las maravillas del mundo que estaba facilmente a su alcance y, nos confesó, que en los muchos años que llevaba en Peru, no había tenido tiempo para hacer turismo, y que lo veía en la televisión. A los que le conocimos de cerca, nos deslumbró su personalidad arrolladora, su claridad de ideas, su carácter bondadoso y afable y su enérgica defensa de las causas justas.
Nos ha dejado una impronta imborrable. A buen seguro, Dios le habrá premiado por ser un servidor infatigable.
Un resumen sobre su vida y obra puede verse aquí.